martes, 25 de agosto de 2009

Yo corazón Amsterdam

Si algo he aprendido en los viajes es que si subes más allá de los Pirineos hazlo en verano, chico. De junio a agosto, que en septiembre ya te estás pillando los dedos.



Sale el Sol y los holandeses se ponen hasta que lo haga el mismo.


Me encanta Holanda, sus casitas, sus pueblecitos, los campos con canales, lagos y molinos por todos lados, los campos de flores (son los reyes de la flora, del tulipán y de la sátiva), los bosques con ciclistas, y todas estas cosas que ya he comentado alguna vez. No obstante, todo eso no luce del todo, hay una pátina gris en el paisaje, falta esa bombilla enorme y gratis que sale por las mañanas y se va cayendo por la noche. Además, como vayas varios días pues alguno llueve. Eso sí, por esos lares, cuando el Lorenzo se levanta a tope pues lo gozas.




A principios del recomendado junio surgió un viaje urgente a Rotterdam, teníamos que ir Alberto (compañero y amigo, coetáneo, afín, y residente también en la Costa Marrón) y yo por allí. Cuando nos lo dijeron nos miramos desde nuestras respectivas mesas y se nos afiló el colmillo con disimulo. Cuando nos recomendaron que cogiéramos un vuelo a Amsterdam Schiphol y que desde allí mismo cogiéramos por nuestra cuenta un tren de tipo eléctrico que iba raudo y directo al pueblecito de las afueras de Rotterdam pues se nos afiló algo más el colmillo. Y fíjate que además nos dicen que tenemos que ir un día antes, que debido a la urgencia ya no quedan billetes para el día esperado. Ohhh, qué putada. Bueno, somos profesionales, iremos un día antes.


Así estáis el día anterior con calma, nos dijeron. Estuvimos el día entero en Amsterdam, pero con ninguna calma. Hacía un día cojonudo y la gente había tomado la calle, el populacho se había hecho fuerte en la calle y luchaba a brazo partido por la fiesta, viviendo el día como si fuera el último (¿habéis visto que de frases hechas en la misma frase?). Al buen tiempo se sumaba que era festivo en los Países Bajos, el país con la media de estatura más alta de Europa. Las terrazas de bote en bote, los artistas callejeros con más seguidores que nunca y los canales saturados de barcas, barcazas y barquitos llenos de gente con música y muchas latas de Heineken, el logo esta vez más sonriente que nunca.



La gente tranquilamente en la plaza del Dam.


Siempre que se va a un país se intenta comer lo típico del lugar. Así que entramos a la primera tienda de delicatessen que vimos. La tendera nos recomendó un producto gatronómico típicamente holandés, nos aconsejó que lo catáramos el mismo día pues había de tomarse fresco y asimismo desconocía las consecuencias que un viaje en avión podía conllevar en la delicatessen. Nos recomendó que acompañáramos el producto simplemente con agua y comentó que casaba perfectamente con dulces. Al despedirnos nos dijo con una enigmática sonrisa que la digestión a veces se hacía complicada, pero que no nos preocupáramos.


Masticando estas palabras nos adentramos en Amsterdam, que se había engalanado mientras estábamos en la tienda. Brillaba y rebullía como nunca. Las bicis pululaban por doquier, el sol se hacía hueco donde menos lo esperabas y todas las calles acababan en Amsterdam Centraal Station. De repente una agradable brisa te llevaba y sin darte cuenta estabas en Vondelpark. Otros turistas siguen tus pasos, ¿o les sigues tú a ellos? El caso es que entre duda e impresión oyes el jazz que vibra desde los clubes del centro, y un negro clavado a Rakim comenta algo de que chequee su melodía, que dice algo de una tal Lucía y no sé qué diamantes. Pues eso, que Amsterdam mola, pero que es la hora de irse a Rotterdam.



Los molinos de Kinderdijk desde la habitación del hotel. El hotel era una casita con unas pocas habitaciones, en medio del campo.

Allí trabajamos en una empresa situada en un pequeño pueblecito junto a un gran canal a las afueras de Rotterdam. Una vez más, Holanda da la sorpresa y es que la empresa construye yates de gran lujo. Asquerosamente lujosos. Ahora mismo construyen un yate para Steven Spielberg y para un constructor griego, no me acuerdo de su nombre y me supongo que no le importará. Cuando terminen el del autor de "Encuentros en la tercera fase", debido a las dimensiones, no podrá salir a ser botado al canal porque choca con el puente-grúa del astillero. Ahí entramos nosotros: lifting & lowering, up & down suave. Up & down worldwide para hacer un poco de up & down.



A la izquierda podemos apreciar la proa del paquebote de Spielberg. Todos pusimos nuestro garito de arena yendo a ver Jurassic Park. Viendo Tiburón le pusimos la piscina que se ve en la superficie.

Metido en labores conocí a un tío memorable con el que aprendí una lección. Mientras cambiaba unos componentes en bastantes malas condiciones (en lo alto del puente-grúa y sin espacio para moverse y con toda la mierda que un puente-grúa puede albergar) rondaba por ahí un guaperas algo mayor que yo, con su buen peluco y con su traje informal a la par que elegante y sin hacer nada en espacial. A mis prejuicios les faltó tiempo para determinar que era un comercial, "el típico comercial que viene aquí a colgarse una medallita", pensé.




En medio del campo, sin libros, sin ordena, sin bici, sin tele, sin ropa para cambiarte, ésta era nuestra compañía.



En éstas estaba, cuando se encasquilla el pistón de una bobina de una electroválvula que acabo de poner por otra antigua. Glups. Es nuevecita y se supone que se ha puesto por la antigua para mejorar el sistema. Aquí es cuando rezas y haces lo típico: activar y desactivar la válvula varias veces seguidos, la empujas un poco con el destornillador, cambias cosas por cambiar, cualquier cosa menos desmontarla, que es trabajo delicado para hacer en un sitio a tomar vientos de tu taller. Pues viene muy sonriente el comercial y me dice que si la desmontamos. Pues venga, el tío con su traje la coge, nos bajamos al taller, pide herramientas a los que había por ahí. Es una distribuidora nueva y no la conocemos, pero como este tío es un echao p'alante ahí que empezamos a destriparla. Mientras, el tío bromeando, sonriendo y canturreando las canciones que sonaban en la radio del taller, y manteniendo el aceite y la grasa lejos del traje.




Foto de colegazos de rigor de cuando sale todo bien en el tejado del astillero. No aparece el figura del que hablo.



Al final la arreglamos , me tragué los prejuicios y me di cuenta de que esta vida es para los alegres, los hombres de acción. Esa peña contagia y transmite a su alrededor. Dándole vueltas a ésto pasaron los días, vimos Rotterdam y nos volvimos para el país que es amarillo y marrón desde la ventanilla del avión.




Tachando Rotterdam. Me flipa esta ciudad: rascacielos, edificios currados, urbanismo perfecto, barrio chino, barrio árabe, tiendas de discos y puertaco.

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