miércoles, 25 de marzo de 2009

Cálida frialdad bremense II

Cada vez pasa más tiempo desde que voy al lugar del que escribo y cuando escribo del lugar al que voy. Hace ya mes y medio desde que volví de Bremen, y, una vez más, me asusta lo largo y corto que puede hacerse el paso del tiempo, me asusta cómo pueden convivir perfectamente dos sensaciones tan opuestas. No hace falta estar soñando para que el tiempo flote como un velero...




La estatuta de Rolando observa el paso de la gente y el tranvía en la plaza del mercado, la Marktplatz.


Cálida frialdad bremense, o fría calidez bremense, según se mire. El caso es que, en Bremen, te reciban fría o cálidamente, va a hacer un frío de cojones. En los cinco días de febrero en los que estuve hubo algún tipo de precipitación tanto por la mañana como por la tarde, fuera lluvia, nieve, agua-nieve, calabobos, chirimiri, aguachirri o incluso granizo. Esto hace que el turismo se haga más en los bares y cervecerías que en los lugares al aire libre, cosa que tampoco está mal. Insisto, uno va con la intención turista de verlo todo y pasadas dos horas a la intemperie se te quitan las ganas. Y bueno, a pesar del clima y a pesar de que las mañanas se nos hicieran largas en casa esta vez sí que vi esta ciudad hanseática.




La misma plaza de la anterior foto, pero con otra perspectiva. Adriana, baile mediante, nos señala la susodicha estatua de Rolando, con el Ayuntamiento de fondo. Dice la leyenda que la ciudad de Bremen permanecerá libre e independiente mientras la estatua se mantenga en pie, y, ojo y pestaña, el Ayuntamiento tiene una réplica guardada bajo tierra para sustituir rápidamente la caída.


Bremen tiene fama de gris, pero es una ciudad bonita, tan bonita como pueda serlo una histórica ciudad del Norte de Europa. Sin embargo, Bremen es esa ciudad bonita a la que nunca irías si no fuera porque tienes a alguien allí. Es lo mismo que Tampere, si bien Tampere ni siquiera es bonito (Mi brotha Jotto leerá ésto y se despollará porque con lo que la está gozando en Tampere como si Tampere es una mierda flotante en el Báltico).




Bucólica foto en el parque Am Wall, es un bonito parque con forma semicircular, ya que era la antigua muralla de la ciudad, con río y bosquecillo. Rodea más o menos el casco anitguo. Tiene un antiguo molino donde arriba puedes tomarte unas birracas.


Así pasaron los días, rápidos como sólo pasan cuando lo estás pasando bien. Pasaron entre risas, charlas atrasadas y adelantadas, despreocupaciones, cocina, paseos cortos y "tomaralgos" largos.




Aquí podemos ver el humor del que hace gala el pueblo alemán. Café & Bar Celona, sólo superado por el humor castizo alcalaíno del Bar Tolo del O'Donnell y el Bar Lovento, antiguo Akelarre.


En menos de un año, he estado tres veces en el país teutón. Una por trabajo y dos por amor. Así leído queda cursi, grandilocuente y hasta pretencioso, pero así ha sido. Quizás también hubiera amor en el trabajo y trabajo en el amor, cuando nunca debiera haber amor al trabajo ni demasiado trabajo en el amor. Juegos de palabras aparte, estas visitas hacen que pueda conocer algo por encima las costumbres del país.





Esta chula foto con reflejos en el suelo y el Dom al fondo -si la memoria de la cámara no me engaña- fue hecha un lunes a las 20:58. Es, si no me equivoco, de la calle Obernstrasse, una céntrica calle con tiendas. Como podéis ver, ni un alma, algo normal en Alemania, a partir de las 6 o las 7 de la tarde, poquita vida en la calle.


La verdad que para que quien esté acostumbrado al movimiento de la gente en la calle (aunque luego no hablemos con esa gente, como nos pasa aquí) pues es algo muy chocante, las calles en seguida se vacían. También suele apreciarse esa rectitud y parsimonia que se presupone a los alemanes, aunque cada vez creo menos en este tipo de prejuicios, la verdad. Pero también tienen cosas positivas.




Este verde en el Am Wall puede representar el color que impera en la sociedad alemana, muy preocupada por el medio ambiente, con grandes medidas ecológicas como un estricto ahorro de energía y un constante reciclaje.


Luego con lo seriotes que son, pues también tienen sus jartadas, estas cosas exageradas del Norte con el tema del bebercio:



Lo de la foto lo explica Adriana: "El paseo del carrito de alcohol se llama Kohlfarth. Se hace simplemente porque sí, como el que hace botellón o se va de cañas. ¿Qué se hace? Se queda por la mañana y se lleva un carrito lleno de bebida que hay que beberse durante los 10 km de trayecto que se hacen andando hasta un restaurante en el que se come "Grünkohl mit Pinkels", eso es col verde con unas salchichas que se llaman así, pinkels (ojo, no es una marca, sino un tipo de salchicha). El camino se puede hacer bien en la ciudad bien en el campo."


Aparte de esos excesos, la ciudad también tiene un barrio divertido, estilo Lavapiés o zona Centro de Madrid (donde hay tantas variopintas zonas...), que es el barrio de Viertel. En ese barrio viven los estudiantes, hay bares y kebabs, y parece que más ambiente que en otras zonas. Otra cosa que puedo decir a favor de esta ciudad es que llama la atención el gran número de librerías y tiendas de bicicletas, eso dice algo de la cultura, por no hablar ya de que tienen una emisora que cierto tiempo a la semana emite en latín (eso me dijo l'Adri, yo no hablo ni escucho latín, sólo rosa-rosae...)



Adri posando en una colorista casa de viertel.


Al final estoy escribiendo un poco a trompicones, es lo que tiene el canteo de haber empezado la crónica en la hora de la comida, y luego ir tirando en ratillos delante del ordenador, así no se puede...


Desde que he empezado hasta que he terminado, me han contado que probablemente haya que ir a Alemania, a... ¡desplazar verticalmente la fachada de un gran edificio antiguo! No me he enterado del lugar, pero ojalá pueda haber una "Cálida frialdad bremense III"...

lunes, 23 de marzo de 2009

Jack Panama, el Canal y despedida

Cuando supe que me iba a Panamá y se lo contaba a la gente todo el mundo de primeras lo vinculaba con algo del Canal. Y la verdad que ya que iba a Panamá había que ir a ver el Canal.

Tuve suerte con que uno de los peruanos -Santiago- con los que trabajé fue muy hospitalario y el último día tuvo el detallazo de llevarme en su coche a la esclusa de Miraflores y allí acompañarme. El pobre tuvo doble mérito porque luego me contó que ha ido un montón de veces ya que cuando viene una visita lo típico es ir a ver los barcos cruzando el Canal.ç



Además del papel logístico y financiero de susodicha construcción el canal también cumple un papel turístico, ya que, previo pago, puedes visitar la esclusa de Miraflores (una de las tres que tiene el Canal para poder elevar y descender los barcos respecto al nivel del mar).

Me limitaré a compartir curiosidades que contaban durante la visita: la construcción del Canal la empezó a llevar a cabo Francia, igual que había hecho el Canal de Suez años antes, sin embargo, abandonaron el proyecto ante el gran número de obreros fallecidos (estas muertes no se debieron a los peligros propios de la obra sino a enfermedades transmitidas por los mosquitos de la jungla panameña). Entonces llegaron los de siempre, los estadounidenses, oportunos ellos, y finalizaron la obra, quedándose la explotación del Canal y dos franjas de 8 km a ambos lados del Canal hasta el año 1999, año en el que el Canal pasó a ser totalmente panameño. La ingeniería de las esclusas es majestuosa y simple a la vez, no hay bombas ni motores que muevan el agua, se basa en la teoría de los vasos comunicantes, pura gravedad y pura hidraúlica. El peaje es por toneladas, y el barco que quiera usar el paso del canal deberá pagarlo con 48 horas de antelación, así que los panameños están encantados con los barcos bien grandes y cargados que crucen por el pequño itsmo americano. Este año empezaban las obras de ampliación del canal, ¿por qué?, porque los nuevos superpetroleros ya no caben por las dimensiones actuales. Cruzar el canal, del Caribe al Pacífico o viceversa, lleva 3 días, tanto tiempo se debe a las horas de espera para superar las esclusas, ya que el tráfico marítimo es muy congestionado. A pesar de lo costoso que pueda ser el peaje, a la naviera siempre le merecerá la pena económicamente pagarlo en vez de circunnavegar toda Sudamérica, con el tiempo y repostajes que ello conlleva, aparte del siempre peligroso paso del Cabo de Hornos. Otra curiosidad es que el Canal del Panamá es el único lugar del mundo donde el gobierno del barco no es del capitán sino del propio Canal de Panamá.



Unos transbordadores llevan el barco hasta las esclusas, una vez dentro unas locomotoras arrastran el barco. En esta primera foto la primera esclusa está llena, es decir, el barco aún no ha bajado al nivel del mar.




La esclusa ya se ha vaciado, y con el agua que va yéndose baja el barco, en este punto, las locomotoras arrastrarán el barco hasta la siguiente esclusa, donde se repetirá la operación.


Aquí puede verse en movimiento, a cámara rápida: http://www.youtube.com/watch?v=lXsto9qtG0U

jueves, 12 de marzo de 2009

Jack Panama, la comida

Como ya comenté, Panamá cayó en su día bajo el influjo estadounidense; sabemos que la mano de Franklin, Roosevelt y Lincoln es larga. Y como el influjo gringo se basa en el hambre pues estaba claro que la comida también iba a ser Made in USA.


Con todo esto digo que no había una variada gastronomía claramente panameña. Comí todos los días en el mismo bar-restaurante, el Café Boulevard Balboa, y el menú del día, curiosamente, era bastante parecido a los de un restorán (leánlo con acento caribeño, no se me enojen ni se me pongan bravos) español, así que no eché de menos la comida a la que estoy acostumbrado. Sí que pude apreciar pequeños detalles diferentes: los zumos y los cocktails -cócteles- de marisco y ensalada. Como el trópico manda, pues hay mucha fruta, y por tanto hay mucho zumo, además, a la gente le gusta pedírselos como bebida para la comida en sustitución de la cerveza, el agua o el tinto de verano. Reivindicación del zumo como bebida no sólo de postre. Luego también gustaban de pedirse un pequeño entrante, una copa con ensalada fría y marisco, y un aliño muy alimonado, quizás con lima.




El Café Balboa, estratégicamente situado en la Avda. Balboa, junto a la obra. en primera plano, a contraluz, podemos ver a uno de los numerosos vigilantes privados que abundan en el centro, pistolón al cinto.


El primer día, cuando vi lentejas en el primer plato, no pude evitar pedirlas, con la curiosidad de saber cómo las harían. Muy caldosas, digamos, con muy muy pocas lentejas, y muy sueltas, y trozos bastante grandes de ternera. Pero lo sorprendente de este restaurante no estaba en la carta, sino en la dirección.


El dueño del restaurante era un gallego de más de sesenta años. Para que la casualidad no se quedara sólo en eso resulta que era de Carballiño, donde yo había estado 3 semanas antes. Se vino a Panamá con su mujer cuando tenían veintitrés años y ya no necesitaron volver. Cuando le pregunté que si se vivía bien me contestó que si no para qué iban a quedarse allí. El tío tenía muy buena conversación y no dudaba en sentarse a la mesa. Llevaba muy bien el restaurante, y era un local lleno de movimiento, y según contaban, a cualquier hora. Cuando le comenté que si no servía licor-café o crema de orujo o tarta de Santiago me dijo que no, que eso lo reservaba para el Hogar del Español, que cada dos años se volvía tres meses a la tierra y ya no volvía con los bolsillos vacíos como la primera vez.




Compañeros de laburo y mesa. Representando Colombia, Perú y España.


Panamá quizá no tenga una gastronomía propia, pero a cambio, ofrece toda la gastronomía mundial. Hay restaurantes chinos, japoneses, italianos, árabes, argentinos, mexicanos, españoles, peruanos. Y yo, para cenar, me decidí por estos últimos. Patata rellena, pollo a la andina, rica cerveza Cusqueña o algo así y de postre flan (gracioso que con los giros del idioma siga llamándose flan), que de pura bomba era casi tocino de cielo, claro que yo encantado.




Vistas desde el segundo piso de la torre, como mirando desde el restorán, con vistas a la bahía, Panamá la Vieja al fondo.

Espero haberos hecho la boca agua, ya que escribo a la hora de comer. Uhmm...comer.

martes, 3 de marzo de 2009

Jack Panama, la obra.

La verdad que iba con algo de intríngulis cuando supe que en la obra no habría ningún comercial de mi empresa de la zona ni español alguno de la empresa vasca que nos había contratado. Pero todo fue bien ya que las obras suelen ser todas la misma, y además los peruanos a cargo de nuestra parte de la obra me trataron muy amablemente.

La obra era la construcción de una gran torre en la Avenida de Balboa, una gran avenida que discurre paralela al Océano Pacífico, uniendo la zona que enseñé en una foto llamada el Manhattan de Panamá y Panamá la Vieja, el casco antiguo de la herencia española. Esta zona está siendo remodelada, intentando ganar terreno al mar para crear un gran paseo marítimo que pueda quitar también terreno al tráfico.

Gracias a este viaje supe que en Panamá viven numerosas nacionalidades y razas. En el país abunda principalmente el mulato y el mestizo. Pero curiosamente hay también inmigración china, japonesa y filipina. Aparte están los colombianos que buscan una vida mejor en la cercana Panamá. Ya comenté que también se venían los amigos de la circuncisión. Algo digo yo que quedará de los gringos que tanto tiempo ocuparon el país. Y, cómo no, hay gran colonia vasca, gallega y canaria (hablaré más delante de un gallego de Carballiño que llevaba ya 42 años en Panamá, curiosa coincidencia, ya que hace tres semanas estuve en Carballiño). Esta mezcla de gente se apreciaba en la calle, y como sabéis, la mezcla es bella.




Foto vertical acorde con un encofrado vertical para alcanzar la torre ya construida.



Todo este mejunje de naciones y nacionalidades tenía que notarse en la obra también. La promotora vete a saber de dónde era, la empresa constructora de la arquitectura e ingeniería era colombiana, así como sus trabajadores. La empresa encargada del encofrado que forma la estructura de hormigón del edificio española, habiendo siendo los encargados primero españoles y ahora peruanos. Y los currelas, pues mulatos panameños, principalmente del Chorrillo.

Por lo que vi y me contaron, el mundo de la construcción en Panama es bastante curioso. Es habitual que la gente falte a trabajar, especialmente los lunes, así que las empresas se las ven y se las desean para formar una plantilla regular. Hay un sindicato de la construcción bastante fuerte, yo no estuve los suficientes días como para comprobar esa fuerza, pero la presencia era evidente. Me contaron que cuando había problemas con la gente, pues que saboteaban las obras, eso era el punto de vista de la empresa promotora y yo no lo vi, pero sí que vi que en la obra había carteles rezando así “Prohibidas las armas de fuego”, ya que el país se tira de hierro con asiduidad.




Aquí se aprecia la estructura de hormigón en la construcción de los primeros pisos.



Si digo que los obreros trabajaban poco estaría faltando a la verdad, porque curraban duro como en cualquier otro lado. Pero sí que es verdad que tendían a la distracción, y por ello, los jefes y capataces suelen recurrir al incentivo. Además había mucho humor y vacileo, que podía convertirse en movida, cosa que, bien mirado, tampoco se diferencia mucho de una obra española.

En el trabajo, al igual que en el resto de ámbitos los términos eran diferentes. Donde aquí decimos encofrado allí dicen vaciado, donde se dice hormigón se dice concreto, donde ferralla hierro. Nosotros optamos por transformar a relé, allí se quedaron con relay.





Paneles de encofrado, poleas, ferralla, estructura de sujección, etc.



Voy a hablar de un par de conversaciones que presencié, una vez fui cogiendo confianza con los currelas.
El último día, el encargado peruano, tras tres meses, dejaba la obra a cargo de los panameños, quienes se suponía que tras el aprendizaje ya se podían encargar del sistema de encofrado vertical. Me hizo mucha gracia que uno de los obreros, sin cortarse, le comentó: “Bueno, jefe, tres meses, le va a partir usted a la mujer”, y entonces otro a éste le decía “Cómo no, pana, eso tanto tiempo hay abajo quema”.

Y ahora, una conversación con uno de los obreros que tenía interés por la máquina.

El panameño: “Y esto de los numeritos, ¿qué es?”.
El menda: “Es un nivel electrónico. Esto que muestra ahora mismo es el nivel del aceite, es lo que muestra por defecto. Pero si le das a este botón te muestra la temperatura del aceite, ¿ves? 35 º”.
El panameño: “Ah, sí”.
El menda: “Bueno, son grados centígrados, como aquí tenéis medidas americanas, a lo mejor lo tendré que poner en grados Fahrenheit, ¿en qué medís la temperatura?”.
Veo que pone cara de que no entiende, entonces como pienso que con lo de centígrados y Fahrenheit le estoy liando, para que nos entendamos le pregunto:
“Bueno, ahora un día así como hoy, de verano, qué temperatura hace”.
El panameño: “Ah, uno no sabe, hace calor, siempre así, uno no entiende de temperatura”.

Creo que en su ignorancia hay sabiduría, y lo digo de verdad.




Aquí tenemos a algunos del grupeto, uno de ellos con la chamarreta del Barça, tú.


En las conversaciones pues salió lo típico, lo que yo llamo “Conversaciones En mi pueblo esto es así, cómo es en el tuyo”. En ellas aprendí que a ponerse to’ pedo le dicen “ir bien gomado”, a salir de fiesta le dicen “fiestear”, “parrandear”.

Un ejemplo: “Los viernes a la noche la guagua parrandera viene a full”. Los viernes por la noche el autobús de fiesta está a tope. Allí es muy normal los autobuses para fiesta, es decir, dentro se pone música y se bebe y se da vueltas por la ciudad. La verdad que lo de la guagua parrandera suena de puta madre.

Yo todo esto no lo conocí, y la verdad que también me quedé con las ganas de ir a un casino, aunque fuera para echar una fotos y contar alguna anécdota. Pero, cosas del “yetlá”, daban las 9 de la noche y caía fulminado.

lunes, 2 de marzo de 2009

Jack Panama, las primeras impresiones

Nada mas viajar del avión, la humedad y el calor se encargaron de que me diera cuenta de que era verano y de que estaba en el trópico. El olor del ambiente cargado de humedad me recordó a Vietnam.

Al coger el taxi para el hotel también supe que ya no estábamos en Europa: los taxistas que esperaban se dedicaban a ir agrupando a los recién llegados turistas según al hotel al que fueran, y entonces llenaban el tequi y a todos nos cobraban un precio según le dé al peseto de turno. Once dólares americanos –ya sabéis, esos billetes verdes grandes que hay en todos lados y en los que pone In God we trust y toda esa mierda-. Me tocó con una pareja de alemanes, creo que fueron algo timados ya que al ser una pareja debieran haber pagado once dólares conjuntamente y no cada uno.

El peseto era de los habladores, aunque luego vería que la gente panameña es de conversación fácil, cosa que siempre gusta. El tío me llamaba pana y en el hablar metía palabras inglesas como a full, chance; palabras de la zona que yo no encendía o palabras adaptadas del inglés –Espérese, pana, vamos a parar a tanquear-. Vi que el acento panameño se acercaba más al caribeño o colombiano que al mexicano, un español dulce y sabroso que creo que se pegaría en cuanto estuvieras un par de meses por allí.




Las solitarias calles el domingo por la noche



En el trayecto, lo primero que llamo mi atención fue la falta de alumbrado a todos los niveles. Desde el aeropuerto de Tocumen al distrito financiero de Ciudad de Panamá se va por una autopista de peaje y se toma la Panamericana que hace de circunvalación (no tenia confi con el peseto como para decirle que parara y hacerme una foto en un cartel de la Panamericana, la ruta que enlazando carreteras va de Alaska a Tierra del Fuego en Argentina o al revés), ninguna de las dos tenía el más mínimo alumbrado. Ya en el centro de la ciudad lo mismo, las calles que no se consideran principales, no tienen ni una farola. Esta oscuridad reinante, junto al hecho de que llegué un domingo por la noche, daba un aspecto bastante fantasmagórico al centro de la ciudad. En la ciudad también se nota la influencia estadounidense: en el dólar, en la ropa, en los coches, en la comida, en la televisión.



Vista desde el hotel el amanecer del lunes


Me hospedé en el Hotel Riande Continental, un cinco estrellas, aunque tampoco era para tanto. Yo quería haber cogido un hotel en la Avenida de Balboa, una especie de paseo marítimo donde estaba la obra. La gente de la empresa de Panamá me desaconsejo esta elección y me recomendó el Veneto, otro cinco estrellas del distrito financiero. En la zona de Balboa había mucha actividad callejera –putas, gorrillas, busqueros, etc- pero tampoco había una peligrosidad extrema, ya que no era una zona solitaria y había colegios, hospital, oficinas y restaurantes. Pero les hice caso, aunque en vez de ir al Veneto –me parecía una pasada- fui al Riande. Este Riande era un hotel enorme, algo antiguo, al estilo de los hoteles para turismo en masa del Caribe, mucha vigilancia y mucho servicio con walkie-talkie por todos lados. No tenia grandes lujos, supongo que las cinco estrellas se basaban en que tenia piscina, gimnasio, restaurante y casino durantes 24 horas, non stop.




Barrio del Chorrillo, que junto al barrio del Borondon, forman los barrios mas peligrosos de Panama. La zona realmente peligros y problematica es Ciudad Colon, en el lado caribeño del Canal, urbe controlada por la mafia.



El caso es que al llegar pues me di a dar una vuelta y a buscar un sitio para cenar. Este distrito financiero podía estar en Ciudad de Panamá como en Nueva York como en Frankfurt, es decir, nada lo hacia especial ni diferente. Avenidas y manzanas cuadradas con numeración a la estadounidense, tiendas de marcas internacionales, hoteles, casinos, y restaurantes de comidas internacionales. Al final encontré un sitio sencillo, era una cafetería-restaurante, también 24 horas, podía recordar a uno de esos restaurantes de carretera de las películas americanas. En el menú ofrecían platos que perfectamente habría aquí, así que pregunte por algo típico de la zona, y lo que más se acercaba eran unas tortas de maíz y una carne encebollada.



Aqui vemos a un fanatico del Madrid. Alli se sigue la liga española, y se vive la rivalidad Madrid-Barcelona. Sin embargo, el deporte rey en Panama es el baseball.


Me volví al hotel por unas calles todavía más solitarias y me dormí con el cansancio del largo viaje y la curiosidad por los días venideros.