domingo, 26 de abril de 2009

La ruta de la pizarra, una de cal y otra de arena II

Estirado, duchado, bien desayunado y con muy buenas sensaciones salí del hostal pronto por la mañana. Recuerdo que sentía una especie de admiración en la gente que me miraba al dejar el comedor y ponerme a montar las alforjas (ay, siempre el ego).



Meteo estaba de mi lado, el cielo siempre azul.



De nuevo, una mañana cojonuda, cielo despejado y ese fresco que no llega a ser frío. En la carretera pocos coches, así que pedaleaba muy a gusto sabedor además de que al principio iba a haber más bajadas que subidas. (¿Os habéis fijado que no es lo mismo la cuesta de subida que la cuesta de su vida?).

Como me encontraba muy bien, hacía pocas paradas para hacer fotos, ya que tenía intención de llegar hasta Majaelrayo. Sólo de vez en cuando paraba para comer un poco de plátano, nueces o barritas de muesly y chocolate de Hacendado (bien ricas), ya se sabe, comida de deportista.



Las cuevas cerca de Tamajón.



Más o menos recorrí el camino del día anterior, pero a la inversa. Una vez llegara al punto de partida improvisaría un poco la ruta. Lo único que tenía claro es que esa noche iba a dormir en el monte, y como no tenía tienda pues tenía que buscar refugio. Me habían dicho que era fácil encontrarlo en la zona, y el detallado mapa decía lo mismo. Además el día anterior ya había visto que hay muchas pequeñas construcciones de pizarra desperdigadas por los caminos aparte de los pueblos abandonados. Otra opción era el Refugio de Montaña de la Canal en Cantalojas, sólo que estaba muchos kilómetros para arriba. Así que según avanzaba, pues buscaba “casa”. Aunque para pillar una de estas casas no te pidan las dos últimas nóminas también tienen su áquel. Hay que valorar ciertas cosas: cercanía-lejanía de población, “peligrosidad” (¿cómo se mide?), etc.

Lo primero que valoré fue la “Ciudad Encantada” de Tamajón, que está llena de cuevas y al lado de Tamajón. Exploré las cuevas y vi que había botellas de alcohol y restos de hogueras, así que la descarté ya que siendo viernes noche de puente no me apetecía coincidir con un botellón.



El azul tras los pinos no es del cielo sino del agua (estaba en una pendiente hacia abajo).

Me propuse dar la vuelta al embalse del Vado, para recordar un poco esa vieja excursión de la que hablé. Es un embalse pequeño, rodeado de un auténtico mar de pinos. Y digo auténtico mar porque es producto de una de las polémicas repoblaciones del ICONA, con mucha densidad de árbol por hectárea (con los peligros de incendio que lleva y lo antinatural que pueden llegar a ser esos lineales bosques de pino silvestre). La verdad que subiendo por ahí, con el calorcito del mediodía y el olor a pino, me venían recuerdos del verano. Y es que en España, si vas al campo, hay grandes posibilidades de oler a pino, están por todas partes, como los Charlies en la jungla vietnamita.



Para una foto que me hago, y sale borrosa.




Mi vehículo junto a la presa de El Vado. Presa de gravedad construida en 1954, ¿nada que ver con la de Hoover, eh, Álvaro?



Con mis ansias de Kellyfinder miraba y miraba el mapa buscando los cuadrados rojos que representan “Edificación”, y en ésas vi “Zona de acampada” en uno de los entrantes del embalse. Así que fui a buscarlo, consistía en un par de barracones, un sitio para hacer barbacoas y hasta un pequeño embarcadero. Sin embargo, estaba abandonado, y habían tapiado las puertas y ventanas, aunque ya las habían roto. Parece que el lugar estuvo de moda entre los jóvenes hasta el verano de 2006, ya que todas las fechas de las firmas eran hasta esa época. Estaban las pintadas típicas de dibujos cutres y pintadas de frases como “María y Tomás siempre juntos”, “La Vane me la chupa”, “Viva Guada” o “Putos nazis”, con sus consiguientes fechas y tachones posteriores. Soy fan de estas pintadas así que no sé porque no hice ninguna foto. Ninguna supera hasta ahora a una que vi en el cabo de Gata que decía así: “Elena (la pija) come pollas” y al lado alguien puso “Di ke si”.




Esta foto no es de este viaje sino de San José, en el cabo de Gata, otro gran viaje.



El caso que tampoco es que tampoco me convencía. Antes de que se acercara la noche tenía que tener un sitio ya escogido y no podía encontrarme cerca de él. Así que pensé que o me iba a La Vereda con la esperanza de encontrar una de las casas reformadas abiertas o me subía hasta Cantalojas al refugio de montaña, con más gente y ambiente montañero. En estas situaciones uno se hace sus cálculos, y casi siempre irreales: así que decidí ir para Cantalojas, comería rápido en Majaelrayo y una vez comido subiría hacia allí.



Típica construcción a base de pequeños trozos de pizarra, en El Espinar.

Por el camino me fue entrando la pájara, es decir, un hambre inhumano y como dice Perico, “vino el del mazo”, es decir, cada metro se me hacía eterno y a la mínima pendiente metía el plato pequeño. Al pasar por Campillejo vi que había un restaurante, pensé que era aún pronto y que podía hacer un esfuerzo hasta el siguiente pueblo. Así que cuando llegué al siguiente pueblo, El Espinar, no ponían de comer y me volví. Bar-Restaurante Los Manzanos, bien majetes, me tomé dos Aquarios del tirón y luego un menú de judías verdes con jamón, huevos fritos con chorizo y patatas fritas con su tercio de Mahou y de postre arroz con leche que me supo a gloria bendita. Si vais por la zona lo recomiendo. Al terminar el festín no había quien cogiera la bici así que me eché una siesta junto a un muro y unas vacas. Fue pasando el tiempo así que...Good bye, Cantalojas.

Así que nuevo cambio de rumbo. Cerca se encontraba el famoso a la vez que perdido Barranco del Aljibe (aparece en la foto de la portada del mapa de la Sierra de Ayllón de la Tienda Verde). Son unas cascadas que forman unas piscinas naturales. Me habían dicho que te puedes bañar, así que formaban parte de mi lista de objetivos y por eso me llevé bañador y toalla. También me había hecho la paja mental de que al día siguiente me podía lavar y bañar allí en plan naturista total. Así que lo dicho, iría a ver las cascadas y a dormir en el cercano Matallana.

Matallana (junto con La Vihuela, La Vereda, y El Vado) es uno de los pueblos expropiados y abandonados por la construcción del embalse o posibilidad de nueva construcción. Aquí hay una pequeña injusticia a mi parecer: el Embalse de El Vado, en la provincia de Guadalajara, se construyó para acumular agua del Jarama, (es el primer paro en el curso del río) y bajo control del Canal de Isabel II, abastecer de agua a la ciudad de Madrid, que se encuentra a unos 120 kilómetros de distancia. Se comenta que en el pueblo de Matallana viven intermitentemente grupos de jóvenes, las distintas etiquetas los califican de hippies, okupas, neo-rurales, etc.

Hasta este punto tras la siesta había recorrido 52 km, en el resto del día hasta parar haría 8 km; creedme, bastante más duros que los primeros 52.

Para llegar al Barranco del Aljibe –en qué hora- fui por caminos rodeados de jarales y algún árbol, con impresionantes vistas a lo lejos. De vez en cuando cruzaba campos de pasto donde había vacas con cuernos y de color negro que daban muy mal rollo, pero un tío que iba con un tractor llenando los bebederos me dijo que eran vacas, que no eran toros. Eran vacas de carne, una raza de la zona, pero se me ha olvidado el nombre.




Al fondo se ve como surge la Sierra de la Puebla, con el Collado de las Pilas que lleva hasta el pico nevado de La Centenera (1810 m).



El camino de repente se ensanchó y se hizo pista, pero una pista con piedracas y mucha pendiente cuesta abajo así que la bici, el biciclista y las alforjas sufrimos lo nuestro. Opté por bajarme y bajar la cuesta frenando, y aún así era chungo.

La cuestaca de la muerte (nada que envidiar a la famosa cuesta de la Casa de Campo) acababa en un pequeño riachuelo, el arroyo del Soto. Había dos opciones: volver a subir la cuesta y empezar de nuevo o cruzar. Pues a cruzar.



Nunca vienen mal unas chanclas.



En el mapa los “puntos de interés” vienen marcados con una estrella negra y el título así que la estrella junto a “Barranco del Aljibe” ocupan mucho y es difícil establecer su punto exacto. Dejé la bici y me puse a andar un poco y lo encontré. Son dos cascadas consecutivas, la poza que se forma entre las dos cascadas es impresionante, rodeada de escarpados barrancos que forman un círculo perfecto. Bajaba mucha corriente así que el baño mejor para el verano, cuando caiga menos agua. La cascada la forma el arroyo del Soto desembocando en el Jarama, que viene muy fuerte desde arriba hasta que lo frena la presa de El Vado formándose el embalse unos kilómetros río abajo. La foto buena implicaba subirse a un peñasco del otro lado, así que me quedé sin copiar la foto de la portada.



Buscando la foto perfecta, pero desde este lado iba a ser que no.




Me volví a por la bici, y entre lo rocoso de la zona, y lo estrechito que se hacían los caminos entre las zarzas me di cuenta que aquello no era para bici. Al rato pinché, y al rato volví a pinchar. Y mientras tenía la bici dada la vuelta y cambiaba las cámaras apareció un lobo.



Sí, una loba de siete meses según me dijo su dueño que apareció después. Así comenzó una larga conversación:

-¿Qué haces sólo por aquí con la bici?

-Pues nada, de excursión (yo pensé, joder, y tú y tu lobo).

-Lo que tienes que hacer es echarte una novia que le guste también ir con la bici.

-Si la tengo, pero no le gusta la bici, y además está en Alemania (aunque parece que esto está cambiando, lo de la bici y lo de Alemania, que ya le queda poco).

-¡Joder, en Alemania! Me encanta Alemania. Quiero ir pero a mi mujer no la convenzo, de salir fuera quiere ir al castillo ese de Francia que está en una isla que sólo se llega cuando baja la marea.

Pues entre Alemania y el lobo tuvimos bastante de que hablar. Era un apasionado de su cría de lobo, resulta que hay una asociación español del lobo, hay gente en los Pirineos que también tienen lobos. Luego llegaron su mujer, su hija y su suegra. Venían de excursión todos desde Roblelacasa. Aproveché para preguntarle por Matallana, yo haciéndome el loco.

-Pues allí vivían antes una pareja con el hijo, pero ella se volvió a Madrid con el hijo. Él sigue por allí, y a veces viene más gente, hippies de esos. Yo le llamo el pueblo de la Vespa, hay una Vespa abandonada al entrar.

- ¿Pero son buena gente?

-Sí, pst, no son mala gente, son tíos raros.

- ¿Cómo raros?

- Pues para entendernos, no son como tú o como yo, quién va a querer quedarse en un pueblo abandonado.

A todo esto pensé que lo decía un tío que va con un lobo con el campo. Jajaja, y yo que quería dormir allí. Me explicó el camino y nos despedimos. Con la cháchara y terminar de arreglar los pinchazos pues se me echó el tiempo encima.

Así que empezó el calvario: aparte de las prisas, el camino se hacía imposible. Había que hacerlo andando, y no sólo eso, era tan estrechito, que no cabía si arrastraba la bici desde un lado de la bici. O encima de la bici, o la bici a cuestas o nada, pero encima de la bici imposible. Así que hacía lo siguiente, desmontaba las alforjas, avanzaba un trecho con la bici a cuestas, dejaba la bici, y volvía a por las alforjas y me las traía de nuevo donde la bici, y así todo el rato. Si el camino se ensanchaba pues a empujar la bici, las alforjas se llevaban entonces unos enganchones con las zarzas de flipar a lo que había que añadir el traqueteo constante de la bici entre las zarzas. Ya tenía el pueblo (precioso, unas cuantas casitas e iglesia hechas totalmente de pizarra, con grandes robles entre ellos y la luz del atardecer iluminándolo) enfrente, al otro lado del barranco que forma el Jarama cuando me encontré con lo que suponía que habría de encontrarme en algún momento si quería llegar a Matallana: un puente.




Ojo, un puentecito de madera. Estilo Indiana Jones. Un puente que no creo que esté en la lista de puentes del Ministerio de Fomento. Sentado en una piedra, descansando de lo andado, me tomé mi tiempo para valorar el paso del puente sobre el río Jarama. Unos 3 metros de altura, dudosos troncos, las 7 de la tarde, agua helada…Paso. (Añadiré que el hombre del lobo, su mujer, su hija de 12 años y...su suegra, habían venido por ahí suponiendo que vinieran de Matallana).




Una última ojeada al barranco del Aljibe.

Así que a dormir donde se pueda porque ya no puedo volver a ningún sitio. Continuará…

domingo, 19 de abril de 2009

La ruta de la pizarra, una de cal y otra de arena I



El pico totalmente nevado del fondo, es el Pico del Lobo, la cima más alta del macizo de Ayllón, y curiosamente, de toda Castilla-La Mancha. Se adivina Bocígano, que queda aislado en días de nevada, ya que es final de carretera



Como algunos sabéis, me gusta ir en bici pero si bien sueño con hacer algún largo viaje sobre dos ruedas y con la casa a cuestas, nunca he pasado de la excursión en el día.

Siempre me ha fascinado la zona que llaman de la Arquitectura Negra o de los Pueblos Negros, así llamados al estar artesanamente construidos de pizarra, es decir el despoblado y olvidado Macizo de Ayllón, y que así siga.

Todo empezó hace unos pocos años, cuando mis padres me hablaron de unos pueblos abandonados en las laderas próximas al embalse del Vado. Edu y yo -por aquella época con todo el tiempo libre del mundo- nos fuimos para allá un día de diario de febrero, me acuerdo perfectamente. Para no escatimar, subimos en su coche, que no tendría ni un mes, y para no seguir escatimando, fuimos para arriba por una pista forestal. La nieve que apareció, la gasolina y la cobertura que desaparecían añadieron emoción al día, pero al final no pasó nada. Nos quedamos con la imagen de un pueblo abandonado, La Vereda, con las mismas casas y muros que hacia 1950, cuando fue expropiado para la construcción de la presa que formaría el embalse. También me quedé con los caminos que serpenteaban por los barrancos y con esos pueblos aislados por la Sierra de la Puebla a un lado y por el barranco del Jarama y el embalse al otro.




Embalse del Atazar, con el pueblo y la sierra de la Puebla al fondo.



Este año he hecho un par de excursiones por la comarca serrana guiado por Antonio, un enamorado de la zona. Y también recorrí con Paco los alrededores del Atazar, probando el Clio Williams por las solitarias carreteras de montaña. En todos esos días siempre miro a lo lejos, y al ver esa gran extensión de montañas pétreas y grises por todos lados, y algún que otro pueblo en medio de la nada, descubro que tengo ganas de conocer más.



En el vertice geodésico de la Peña Cabeza de Viejo, en las estribaciones del macizo.



Al lío, que llegaba el puente de San José y no tenía plan, así que sobre la marcha pensé que me iba a ir solo con la bici a ver esos pueblos.

El martes 17 por la tarde fui a Madrid y me compré el mapa de “Sierras de Ayllón y Ocejón” en la Tienda Verde, y en Ciclos Delicias un transportín y unas alforjas Ortlieb, el Rolex de las alforjas según los entendidos en el cicloturismo, y doy fe que lo son, si superaron este viaje superarán cualquiera como veremos más tarde.



La bici en un paraje entre Retiendas y Tamajón.



Dejé el montaje de la bici, cómo no, para la noche de antes, así que me dieron las de Sabina limpiando y engrasando la cadena, cambiando las cubiertas, poniendo el transportín y las alforjas, y poniendo el cuentakilómetros (que más tarde perdería, entre unas cosas y otras van 3 cuentakilómetros en dos años, quizás sea una señal que me indica que no es tan necesario el control del tiempo, el desplazamiento y la velocidad).

El día de Pepe (¿el del Popular?) estaba listo para partir, con la bici y el “equipaje” preparado. Haciéndome el viajero experto pensé que estaría bien una etapa prólogo para ver cómo me manejaba con la bici o se rompía algo de lo improvisadamente preparado. Así que me fui a una gasolinera a hinchar las ruedas y a sacar pasta (no de dientes, que diría Jotto). Llevar las alforjas (6,5 kilos en cada una, el peso intencionadamente repartido) implica que las curvas hay que hacerlas suaves, que en las cuestas parece que te tiran de atrás para que te cueste más, y que si te da por pedalear sin apoyar el culo en el sillín en plan sprint pues el bamboleo de la bici es considerable.


Mi padre me acercó en coche hasta Retiendas, inicio de la ruta por el azar del mapa. Es un pueblo en cuesta pequeño y simpático, aún más simpático por el cielo azul e inmaculado que hizo ese día. El buen tiempo que acompañó todo el puente hizo que todo tuviera la mejor de sus caras.

Empecé yendo hacia Tamajón por un camino, me acuerdo que iba feliz y tranquilo, pero cuando empezó la bici a traquetear pensé que quizá fuera mejor ir por carretera. Al principio iba mirando continuamente el detallado mapa, pero con el tiempo te relajas. Este camino, llamado el Olvidado, va por un frondoso encinar, paralelo a un arroyuelo, y cuando me crucé con un corzo supe que este viaje me iba a gustar. No me crucé con ningún caminante hasta llegar a Tamajón, pueblo noble, con un toque inesperadamente majestuoso, con el sabor que deja la importancia de hace siglos. A la salida de Tamajón la carretera se desdobla, para llegar a Majaelrayo dejando el Ocejón a la derecha y para llegar a Valverde de los Arroyos dejando el Ocejón a la izquierda. Justo después del cruce, siempre entre encinares y jarales, está la Ciudad Encantada de Tamajón, quien la bautizó así fue algo presuntuoso, ya que poco tiene que ver con la de Cuenca. Donde terminan las azarosas formaciones de piedra aparece la Ermita de los Enebrales y un agradable merendero.



Pintada al lado de la ermita. Horas más tarde daría la razón al autor al ver lo que se cocía en Valverde de los Arroyos.


Allí me encontré con un grupo de polacos, por lo visto muy católicos, quienes me contaron que estaban peregrinando por los lugares santos de España, así que me sorprendió que anduvieran por aquí. Seguí por otro camino que, flanqueado por hermosas sabinas y encinas, lleva hasta Almiruete. Cerca del camino hay unas impresionantes cuevas y simas (Sima Fliper II, sima TA-12, Cueva del mono, Cueva del paso) que no me atreví a buscar, ya que al no estar señalizadas temía perderme en el bosque y dar vueltas sobre el mismo lugar como en las películas, y que justo apareciera un indio y me disparara agujereando la última de mis cantimploras.



Iglesia de Palancares, en torno a la cual se juntan las pocas casas del pueblo.


En Almiruete ya cogí la carretera de Valverde, ya que no veía camino claro. Aquí empezaba lo bueno, subidita tras subidita, y así hasta Palancares, un pequeño pueblo que hace curva, y en principio de poco interés si no fuera porque tenía fuente. Pero una vez allí, unos cuantos carteles hicieron que hablara con los viejos del lugar (me encanta esta frase, los viejos del lugar) en un local que hace de bar, centro de reuniones, etc. Este pueblín consiguió ser el único pueblo de la zona que mantuvo totalmente su término sin repoblación de pino silvestre y ahora lucha por evitar la construcción de una presa en las aguas del Sorbe. Por este logro, varios habitantes y jóvenes ecologistas de Guadalajara se han llevado el premio de una sanción, y es que el Estado sabe ser generoso con quien lo merece.



Mensaje claro desde Palancares.



Comido, bebido y descansado en Palancares seguí carretera arriba hasta llegar por fin a los 1254 m de altitud de Valverde de los Arroyos. Por suerte, el albergue donde iba a dormir estaba al comienzo del pueblo porque después de 34 km de subida estaba ya, hablando claro, bastante follao.



Campo de fúbol de hierba natural, donde las familias lo gozaban.



El pueblo estaba hasta los topes, y es que es el pueblo clásico de las guías de los pueblos negros, junto con Majaelrayo.



Vistas del Ocejón desde Valverde de los Arroyos.



Lo que voy a decir sonará intransigente pero me explicaré: Valverde de los Arroyos es al excursionismo lo que el reggaeton a la música. Facilón. La carretera que llega hasta el pueblo está bien asfaltada y han construido a la entrada un gran aparcamiento (brillan las chapas de los coches desde lejos), y apenas hay veinte minutos desde el coche hasta las cascadas, así que cualquiera puede llegar.




Ejemplo de la arquitectura local. Mucho más naturalmente presente en el lado occidental de la Sierra del Ocejón, en los pueblos de El Espinar, Roblelacasa, Campillo de Ranas, Majaelrayo, etc.



Esto hace que los precios no sean de pueblo perdido, como bien comprobaron mis riñones al pagar el hostal (aunque hay que decir que el albergue lo vale, con unas inmejorables vistas sobre el Ocejón, y está construido respetando la arquitectura de la zona, y ponen un suculento desayuno. Es el mejor hotelito de montaña posible para irte con la novia, así que apuntad: Hostal Valverde). Me parece bien que sea una visita que pueda hacer cualquiera, y está bien, no todos tenemos porqué subir al Annapurna. Pero aparte de la subida de precios, la masa hace cosas como que el camino hasta las bonitas cascadas de Despeñalagua esté llena de colillas, mondas de fruta, perros sueltos, gente voceando y que en el pueblo hubiera más coches que casas y personas.



Las chorreras de Valdelagua.



Una vez descansado en el hostal, guardé la bici y me fui a ver las famosas cascadas. Al ser final de invierno bajaban llenas, y numerosos arroyos bajaban de las laderas del Ocejón.



El cielo magníficamente azul que me acompañó todo el recorrido.



Volví de nuevo al hostal, y una vez cayó la noche, volví al pueblo para cenar cuando ya se fueron los turistas y en el mesón sólo quedaba gente del pueblo. Me encantaba la soledad y profunda oscuridad en las calles del pueblo a las 9 de la noche, con millones de pequeñas farolas en el claro cielo.