lunes, 31 de agosto de 2009

El Gruyère del Carmel

El Carmelo. La primera vez que supe de este barrio fue a través del Marsé, quién me contó de este barrio en el libro "Últimas tardes con Teresa". La realidad, siempre envidiosa de la fábula -que diría Montero Glez-, entró en escena quitándose de enmedio al Pijoaparte con un gran socavón. Para entonces el Carmelo ya se llamaba el Carmel y todos supimos de este barrio de Barcelona por televisión.



Proceso de hinca en una galería de metro.


También en la televisión políticos, periodistas y presidentes fumboleros nos cuentan batallitas. Historias retorcidas y sin gracia. Nos hablan de diferencias entre Madrid y Barcelona, yo he ido cinco veces este año y cada vez me creo menos estas historias mal contadas. Las calles de Badalona, San Adrià, Horta y el Carmel podrían ser de Madrid. El Carmel es un barrio hecho como se pudo en las laderas de una de las lomas que rodean Barcelona. Lo surcan estrechísmas y empinadas callejuelas, en ellas se apelotonan casas bajas junto a bloques de todo tipo. A cualquiera de los que vive allí le resultaría familiar ir calle Valderribas arriba hasta el parque de las Tetas en Vallecas.


En la estación de Metro de Horta cojo un taxi, y entre crisis y fútbol le cuento que voy a trabajar al Metro en el Carmelo. ¿Sí? Pues mira a la derecha. Ahí está todavía el agujero que se tragó dos bloques, para quien quiera verlo. Dudo de que quien pueda sentir vergüenza ante el vacío suba por aquí.


Quinientos metros más arriba hay una gran bóveda excavada en el suelo, la bóveda necesaria para construir una estación de Metro. Los bloques están tan pegados al límite del agujero que más vale que la blusa que se le cae a la del tercero se quede en las cuerdas del primero. Yo voy a una de las galerías que salen de la bóveda, por donde dentro de un tiempo pasarán la gente para ir de una línea a otra. En esa galería el terreno está blandito, por eso va a usarse la técnica de hincar arcos metálicos en la tierra, para más tarde sacar excavando la tierra que queda dentro del arco. Así sucesivamente, dejando hincados y soldados consecutivamente los arcos. Poco a poco, sin prisa, no queremos más socavones.

martes, 25 de agosto de 2009

Yo corazón Amsterdam

Si algo he aprendido en los viajes es que si subes más allá de los Pirineos hazlo en verano, chico. De junio a agosto, que en septiembre ya te estás pillando los dedos.



Sale el Sol y los holandeses se ponen hasta que lo haga el mismo.


Me encanta Holanda, sus casitas, sus pueblecitos, los campos con canales, lagos y molinos por todos lados, los campos de flores (son los reyes de la flora, del tulipán y de la sátiva), los bosques con ciclistas, y todas estas cosas que ya he comentado alguna vez. No obstante, todo eso no luce del todo, hay una pátina gris en el paisaje, falta esa bombilla enorme y gratis que sale por las mañanas y se va cayendo por la noche. Además, como vayas varios días pues alguno llueve. Eso sí, por esos lares, cuando el Lorenzo se levanta a tope pues lo gozas.




A principios del recomendado junio surgió un viaje urgente a Rotterdam, teníamos que ir Alberto (compañero y amigo, coetáneo, afín, y residente también en la Costa Marrón) y yo por allí. Cuando nos lo dijeron nos miramos desde nuestras respectivas mesas y se nos afiló el colmillo con disimulo. Cuando nos recomendaron que cogiéramos un vuelo a Amsterdam Schiphol y que desde allí mismo cogiéramos por nuestra cuenta un tren de tipo eléctrico que iba raudo y directo al pueblecito de las afueras de Rotterdam pues se nos afiló algo más el colmillo. Y fíjate que además nos dicen que tenemos que ir un día antes, que debido a la urgencia ya no quedan billetes para el día esperado. Ohhh, qué putada. Bueno, somos profesionales, iremos un día antes.


Así estáis el día anterior con calma, nos dijeron. Estuvimos el día entero en Amsterdam, pero con ninguna calma. Hacía un día cojonudo y la gente había tomado la calle, el populacho se había hecho fuerte en la calle y luchaba a brazo partido por la fiesta, viviendo el día como si fuera el último (¿habéis visto que de frases hechas en la misma frase?). Al buen tiempo se sumaba que era festivo en los Países Bajos, el país con la media de estatura más alta de Europa. Las terrazas de bote en bote, los artistas callejeros con más seguidores que nunca y los canales saturados de barcas, barcazas y barquitos llenos de gente con música y muchas latas de Heineken, el logo esta vez más sonriente que nunca.



La gente tranquilamente en la plaza del Dam.


Siempre que se va a un país se intenta comer lo típico del lugar. Así que entramos a la primera tienda de delicatessen que vimos. La tendera nos recomendó un producto gatronómico típicamente holandés, nos aconsejó que lo catáramos el mismo día pues había de tomarse fresco y asimismo desconocía las consecuencias que un viaje en avión podía conllevar en la delicatessen. Nos recomendó que acompañáramos el producto simplemente con agua y comentó que casaba perfectamente con dulces. Al despedirnos nos dijo con una enigmática sonrisa que la digestión a veces se hacía complicada, pero que no nos preocupáramos.


Masticando estas palabras nos adentramos en Amsterdam, que se había engalanado mientras estábamos en la tienda. Brillaba y rebullía como nunca. Las bicis pululaban por doquier, el sol se hacía hueco donde menos lo esperabas y todas las calles acababan en Amsterdam Centraal Station. De repente una agradable brisa te llevaba y sin darte cuenta estabas en Vondelpark. Otros turistas siguen tus pasos, ¿o les sigues tú a ellos? El caso es que entre duda e impresión oyes el jazz que vibra desde los clubes del centro, y un negro clavado a Rakim comenta algo de que chequee su melodía, que dice algo de una tal Lucía y no sé qué diamantes. Pues eso, que Amsterdam mola, pero que es la hora de irse a Rotterdam.



Los molinos de Kinderdijk desde la habitación del hotel. El hotel era una casita con unas pocas habitaciones, en medio del campo.

Allí trabajamos en una empresa situada en un pequeño pueblecito junto a un gran canal a las afueras de Rotterdam. Una vez más, Holanda da la sorpresa y es que la empresa construye yates de gran lujo. Asquerosamente lujosos. Ahora mismo construyen un yate para Steven Spielberg y para un constructor griego, no me acuerdo de su nombre y me supongo que no le importará. Cuando terminen el del autor de "Encuentros en la tercera fase", debido a las dimensiones, no podrá salir a ser botado al canal porque choca con el puente-grúa del astillero. Ahí entramos nosotros: lifting & lowering, up & down suave. Up & down worldwide para hacer un poco de up & down.



A la izquierda podemos apreciar la proa del paquebote de Spielberg. Todos pusimos nuestro garito de arena yendo a ver Jurassic Park. Viendo Tiburón le pusimos la piscina que se ve en la superficie.

Metido en labores conocí a un tío memorable con el que aprendí una lección. Mientras cambiaba unos componentes en bastantes malas condiciones (en lo alto del puente-grúa y sin espacio para moverse y con toda la mierda que un puente-grúa puede albergar) rondaba por ahí un guaperas algo mayor que yo, con su buen peluco y con su traje informal a la par que elegante y sin hacer nada en espacial. A mis prejuicios les faltó tiempo para determinar que era un comercial, "el típico comercial que viene aquí a colgarse una medallita", pensé.




En medio del campo, sin libros, sin ordena, sin bici, sin tele, sin ropa para cambiarte, ésta era nuestra compañía.



En éstas estaba, cuando se encasquilla el pistón de una bobina de una electroválvula que acabo de poner por otra antigua. Glups. Es nuevecita y se supone que se ha puesto por la antigua para mejorar el sistema. Aquí es cuando rezas y haces lo típico: activar y desactivar la válvula varias veces seguidos, la empujas un poco con el destornillador, cambias cosas por cambiar, cualquier cosa menos desmontarla, que es trabajo delicado para hacer en un sitio a tomar vientos de tu taller. Pues viene muy sonriente el comercial y me dice que si la desmontamos. Pues venga, el tío con su traje la coge, nos bajamos al taller, pide herramientas a los que había por ahí. Es una distribuidora nueva y no la conocemos, pero como este tío es un echao p'alante ahí que empezamos a destriparla. Mientras, el tío bromeando, sonriendo y canturreando las canciones que sonaban en la radio del taller, y manteniendo el aceite y la grasa lejos del traje.




Foto de colegazos de rigor de cuando sale todo bien en el tejado del astillero. No aparece el figura del que hablo.



Al final la arreglamos , me tragué los prejuicios y me di cuenta de que esta vida es para los alegres, los hombres de acción. Esa peña contagia y transmite a su alrededor. Dándole vueltas a ésto pasaron los días, vimos Rotterdam y nos volvimos para el país que es amarillo y marrón desde la ventanilla del avión.




Tachando Rotterdam. Me flipa esta ciudad: rascacielos, edificios currados, urbanismo perfecto, barrio chino, barrio árabe, tiendas de discos y puertaco.

lunes, 17 de agosto de 2009

Neutrogena noruega III

Acaban de poner "Madrileños por el mundo" y en la segunda parte han salido madrileños en Noruega, primero en Oslo y luego en Bergen, lo que me ha dado vidilla para ponerme con la tercera entrega de la serie más recomendable para vuestras secas y maltratadas manos. Porque sí os informo de que Neutrogena pertenece a Johnson&Johnson, por lo que tiene de noruega lo que yo.



Dejando Bergen rumbo a la isla de Stord



Comentaban los emigrantes de la capital que en Bergen llueve mucho, y pude comprobarlo: en los 3 días que estuve hubo siempre algún tipo de precipitación, fuera aguacero, fuera chirimiri, fuera calabobos. Según vi en la Wikipedia hay unos 250 días de lluvia al año, así que podemos hacernos una idea, semejante cansinismo no se debe a que los ángeles estén mal de la próstata sino a que por Bergen pasa no sé qué corriente del Atlántico que provoca esos desajustes meteorológicos.


También hablaban mis paisanos de los altos precios del país. Es con diferencia el país más caro en el que he estado y es para algunas cosas tan tan caro que hace que uno ande siempre con la mosca detrás de la oreja al sacar la cartera.


Así que con la mosca sin despegarse de la oreja pagué los 45 eurazos que costaba el ferry hasta la isla de Stord, sólo ida. Entre el madrugón y el ronroneo del motor pues caí rendidito y me perdí parte del paisaje. Pero en el poco rato que tuve me dio tiempo a quedarme bobo con las islas, islotes, fiordos, montañas, bosques, cabañas, barcos de todo tipo que hay a lo largo de la complicada costa noruega. Me dió tiempo a soñar también, ya me veía deseando no tener trabajo para hacerme un viaje en bici desde la punta de Tarifa al cabo Norte en el Ártico noruego, pasando por San Sebastián, Las Landas, Normandía, Amsterdam, Dinamarca, ayyyyy...qué contradicción, querer dejar el trabajo que me permite viajar y conocer todos estos sitios. No, por ahora sólo sueños. (Por si acaso: http://www.noruega.org.ni/travel/cyclinginnorway.htm)




Imagen de la costa noruega.





Mar, montañas, plantas petrolíferas.


Volví a la realidad al llegar a Leirvik, la ciudad más "grande" de la isla. El primer día pues fue relajado, un poco de revisión de la máquina, puesta a punto y ver un poco el lugar y la situación, relajado hasta ciert "safety meeting". Cuando me dijeron que por la tarde había que ir a susodicha reunión me imaginé que sería una reunión paripé donde nos contarían que teníamos que llevar el casco, que el chaleco reflectante también, etc. Ja. Al entrar veo que hay unas 30 personas, y unos con aspecto de jefe junto a un ordenador que proyector mediante muestra esquemas, planos y demás en una gran pantalla. Se presenta el capo en inglés, y empiezan a presentarse uno a uno, hasta que me toca. Glup. No me lo esperaba, bueno, tampoco es para tanto, me llamo tal y hago cual. La reunión avanza y consiste en repasar en qué va a consistir el movimiento de la torre y quiénes y cómo van a tomar parte en la maniobra. Todo muy anglosajón: con sus organigramas, con su jerarquía y con su planificación, y por supuesto mucho manager, Lifting Manager, Operation Manager, ahí todo dios es manager, ocho managers y un currito. Llegan las preguntas entre las diferentes empresas que forman parte de la maniobra, y hay un afán por hacerse el listillo y hacer la pregunta más complicada a otra empresa, pues oye, mira tú que me las tienen que hacer a mí. En una reunión de noruegos, ingleses y holandeses (países que hablan inglés perfectamente) pues voy perdiendo el hilo y empiezo a estar hasta el cimbel de las preguntitas y de la reunión, y empiezo a darme cuenta de que esta reunión sirve para que si alguien la caga todo el mundo lo sepa ya que ha quedado clarito quiénes somos y qué hacemos cada uno.



La excusa del viaje yace tumbada antes de que la bamboleen un poco.


Al acabar el día me fui al hotel de la empresa de la planta productora, es decir, a seguir en el mismo sitio. Nada, algo deprimente, todo lleno de tipos duros y tristes, con aspecto de rudos pescadores. Ingleses, polacos, noruegos. Tatuajes, manazas, barbas de 3 días, tabaco de liar. En los días posteriores ya sabéis qué pasó. Todo bien.




Llegando a la dinámica Holanda.


A la vuelta pasé por Amsterdam, una tardecita allí. Me dió tiempo a ver un par de tiendas de bici que me recomendó Álvaro, nuestra cita en el velódromo de Amsterdam quedará para otra ocasión. A quien sí pude ver fue a su novia Tatiana, a quien mando ánimo con sus cosas desde aquí. Siempre me gusta Amsterdam, es una ciudad muy viva. Así que ya que estamos en Amsterdam la próxima entrega irá sobre la Venecia holandesa, donde estuve en Junio, un día festivo, por lo que la ciudad estaba medio loca y mi compi Alberto y yo no íbamos a ser menos, ¿sabes, loco?





Con Tatiana, en el lugar que más nos apasiona con diferencia en todo Amsterdam: The Heineken Experience, donde la familia cervecera te hace un buen lavado de cerebro y encima pagando. Fijáos en las putas e sonrientes del rótulo, no pueden dejar de sonreír.

jueves, 13 de agosto de 2009

Neutrogena noruega II

Hoy voy a dar un poco la chapa.


De vez en cuando alguien me pregunta que que hago cuando voy por ahi, otras veces me dicen que porque no cuento nada del trabajo, bueno, pues esta vez si. La ocasion lo merece ya que la aplicacion podria salir perfectamente en el programa de Megaconstrucciones que salia en Discovery Channel y que ahora sale en La Sexta, ademas, en este ordena no tengo las fotos del viaje a la isla, asi que la tercera entrega volvera al pasado.


Bueno, situacion: hay que instalar una torre de procesado en una central de extraccion de gas, lo que solemos entender por plataforma petrolifera. He aprendido la diferencia entre "drilling rigger" y "production plant", me explico: la "drilling rigger" va por ahi por el mar moviendose perforando en busca de la bolsa de gas, una vez que se encuentra va la "production plant", otro monstruo flotante que os sonara por ser aquel que tiene una llamarada siempre en lo alto, digamos que cuando la "drilling rigger" encuentra el filon pues llega la "production plant" y lo explota, lo procesa y lo saca. Es decir, en el mundo de la noche el "drilling rigger" es el tio impulsivo y meritorio que entra al grupo de tias de la nada y el "production plant" es el tio mas zalamero que viene en segunda oleada de ataque y saca tajada. Ah, lo de torre de procesado viene de "flare tower", es una torre metalica llena de tubos de todos las formas y tamanos, por ahi se procesara el gas.


La "flare tower" se ha ido construyendo horizontalmente en el muelle junto a la "production plant" que se esta construyendo a su lado en un dique seco. Hay que levantarla y colocarla en su sitio, puesto que mide 110 metros y se estima que pesa 280 toneladas, no es cosa facil. El proceso es el siguiente: una gran grua flotante digamos que va a llevar todo el peso del asunto, nunca mejor dicho, pero ella sola, por seguridad y por imposibilidad va a necesitar ayuda. Al principio la base de la torre la levantara una pequena grua para evitar bamboleos y para que la base de la torre no toque el suelo cuando la grua grande la levante.



En primer termino, se ve la grua flotante (todas las empresas del mundo de este tipo de artefactos son de Rotterdam, cobran por dia, y cobran una millonada) con los cables anclados a donde se calcula el centro de gravedad de la torre. Al fondo, una grua blanca mantiene amarrada la torre por la parte inferior.



Una vez vertical, ya la lleva solo la torre grande hasta su sitio, donde ira dejandola caer.




En este picadito clasico de espanolito que se precie no salgo en una discoteca, sino que salgo con cara de cagado y el cielo a punto de caer sobre mi cabeza. Vemos como la torre cuelga totalmente de la grua, a mi derecha vemos el cilindro del amor anclado a la pata 3. Manana, en la tercera entrega retrospectiva hablare de porque estaba cagado y del ambiente que habia en torno a la operacion.


La torre es un tripode. En una de las 3 patas hay colgando un cilindro, un buen pepino amigo mio. Se encargara de la aproximacion final. Es decir, la grua ira dejando caer verticalmente la torre, pero no es algo tan controlable como para hacerlo directamente, cualquier torsion en una torre de semejantes dimensiones siginfica rotura, muerte y destruccion, no mola. El cilindo se extendera, se enganchara al suelo, y se ira retrayendo suavemente para trasnferir suavemente la carga de la grua al cilindro. Me explico, la grua va dejando la torre en el suelo, pero el cilindro, al ir retrayendose se va trayendo la tercera pata al suelo, y por tanto va poniendo la torre horizontal en el suelo.




Aqui puede verse la aproximacion a los 3 puntos de apoyo en la planta (lo pintado de rosa), a la izquierda veis como hay dos piezas iguales con sendos agujeros, el extremos del cilindro tambien tiene un agujero, pues se pone entre las dos piezas y se pone un pasador, un tubo macizo metalico que entra justito a martillazos. Tambien se ve la gente que hay en el tendido, me encantaba como iba llegando gente a medida que iba a tocarme representar mi parte en la funcion, es decir, cuando el cilindro una vez enganchando empieza a recogerse para irse trayendo la torre al suelo.





Tutto a posto.





La "flare tower" en la "production plant", ingenieria a mansalva, yaknomsayin.



El caso, que como se ve en las fotos, todo fue, afortunadamente, segun lo previsto en el "safety meeting" (del que hablare manana), asi que todos contentos y suavecitos como el culo de un bebe. Asi da gusto decirte que te piras, volver al hotel sin preocupaciones de ningun tipo y hacer una escaladita en Amsterdam, ciudad del pecado, de las bicicletas y del buen rollo, donde siempre me gusta volver.






Clasica foto de recuerdo que siempre me gusta hacerme con la truppe que trabajo. Thomas, colega noruego, junto con el que he estado rezando a la virgencita. Me encantaba como cuando en los nerviosismos previos no hacia mas que decir "yes, yes", pasaba por mi lado y decia "ok, yes, yes". Algun motivo que otro teniamos para estar cagadetes, la verdad.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Neutrogena noruega I

Empezaba bien el viaje al ser el único de manga corta que se bajaba del avión. Empezaba bien el viaje al darme cuenta de que el hotel que había reservado estaba a dos horas del lugar de trabajo, como si curras en Burgos y duermes en Madrid.




Al fondo se ven los barcos de asistencia de las petroleras y los cruceros turísticos. A la derecha construcciones medievales del puerto.

El autobusero de la línea del aeropuerto a Bergen centro me dió una gelidísima bienvenida con una tarifa del equivalente a 20 euros -para un trayecto que podría ser el cogerte la Conti de Alcalá a Canillejas- y con el aire acondicionado puesto. Si en Dubai descubrí que los muy hijoputas dejaban el coche encendido para que al volver estuviera fresquito aquí en Noruega funciona la maquinita del aire aunque fuera haga unos 15 ºC, que es lo que hace, chaquetita y las chicas con los brazos pegados al andar por la calle.



-¿Todavía prefieres morir de pie que vivir de rodillas? -¿Sabes? Me la pela, hoy llevo una camiseta molona.

Lo que hace acordarte a la larga de un país es el paisaje y el paisanaje. El paisaje noruego es lo que nos cuentan en la tele, el país de los fiordos. Imaginemos islas, grandes entradas de mar, frondosos bosques de hayas y abetos, riscos junto al mar; todo eso junto es lo que se ve desde el avión al aterrizar en Bergen. Todo ello es bonito por separado, así que tiene que serlo junto.



Vista desde el hotel.







Bergen desde lo alto.


Bergen es una ciudad no demasiado grande, una ciudad de tradición marinera al final de una retorcida bahía y protegida por siete montañas que se levantan allá donde se acaba la bahía. Casas aparentemente de madera se desperdigan por las lindes de dichas montañas a lo largo de la lengua de mar.

Una vez llego al hotel una vez que salgo a dar el pateo que me permita cumplir con lo que dicen las guías que hay que visitar. Pero al salir veo que hay mucho helicóptero e hidroavión por el cielo, aparatos que de repente pican y amerizan tras unas antiguas casas de madera, así que allá voy. Dichas casitas en línea a lo largo de la bocana principal del puerto es Bryggen, la parte más antigua de la ciudad, reconstruida tras un incendio al principio del siglo XVIII.




Bryggen




Hidroavión

Para dirigirse allí hay que pasar por el mercadillo y por la lonja del pescado. Allí no sé si realmente estoy allí en Bergen o me he quedado en Barajas, en una de esas abducciones que puede realizar sobre los viajeros el Gran Barajas. Cientos de españoles hablando de las gambas, de los bueyes de mar, de las langostas, del salmón mucho mejor que el del Corte Inglés, qué dónde va a parar, y, oye, que los que despachan son también españoles. Así estoy flipando, mirando fijamente a los pescaderos cuando uno, sin que yo abra la boca, me dice: “Qué te pongo, chaval”. Despierto y resulta que sí, que son gallegos, catalanes, valencianos, chilenos, son mecánicos y pescadores que currelan en las flotas que hacen la temporada Noruega arriba a partir de Octubre, y que mientras tanto, aquí están currando en la lonja de Bergen vendiendo la merca del mar a precio de oro. Después de que uno de ellos me dé a probar varias cosas, me llevo un taco de carne de ballena ahumada, el jamón de Jabugo del mar, y así hay que cortarla. Finísimas lonchas, un chorrito de aceite y limón, vino blanco y a gozar.

Los otros españoles, los que dejan las coronas y se llevan los salmones, pertenecen a las hordas de turistas que se suben a los cruceros que empiezan la ruta de los fiordos en Bergen. La maniobra es tal que así: vuelos charter hasta Bergen, autobuses fletados con guía de micrófono, medio día en Bergen, a subirse al crucero, el capitán hace sonar la bocina para que haga eco en la bahía y vacaciones en el mar.




La iglesia de Santa María, del siglo XI, edificio más antiguo de Bergen, y los autobuses que no dejan de llegar.


Después de forzar la maquinaria del coche de San Fernando para llegar al helipuerto y de ver todo el centro me empieza a tirar la idea de subir al monte más alto de los siete que rodean la ciudad: el Floyfjellet (como es Noruega, ya sabéis, la o con barra que la cruza). Son 417 m de altura junto al mar, así que la subida merecerá la alegría. Sube directo un funicular que sube con una inclinación de 26º, es decir que en España pondría una señal de peligro con la rampa picando arriba y un 44 % al lado, a subir en primera, para entendernos.



Prefiero subir andando entre el bosque, y mejor, porque ahí me esperaba el paisanaje además del paisaje que se da por hecho en la subida a una montaña. Los noruegos, ellos y ellas, son corpulentos, con tendencia al rubio platino en las cabelleras, y algo desgarbados. El caso es que la subida al Floyen está llena de empinadas sendas y típicas barras para entrenar y el lugar, no sé si tendrá que ver el atletismo, está llenito de divinidades vikingas. A dichas deidades me gustaría hacerlas saber que soy latino, tan latino como Lorenzo Lamas, latino toda la noche, latino toda la mañana. En estas diquisiciones llego a la cima y las vistas, de la ciudad, compensan el esfuerzo.