miércoles, 21 de octubre de 2009

Chocolate marroquí I

A veces encadeno varios viajes seguidos y alguno, sin merecerlo, se pierde en lo menos grato de la memoria. Sin embargo, al volver la calma, y gracias a la infalible memoria de la fotografía esos viajes vuelven a estar donde se merecen y uno vuelve a gozarlo dándole las vueltas que hagan falta.




Me encantan los viajes que salen de la nada. Siempre recordaré como una noche en el cuchitril de la Luna le comenté a nuestro hombre Charlytas que buscaba a alguien para ir a Nueva York. Él me respondió que buscaba a alguien para un viaje largo, por Vietnam o por Laos. Bastó esa conversación para que un mes más tarde compráramos un billete sin casi conocernos y para que unos meses más tarde hiciéramos -al menos para mí- uno de los viajes de nuestras vidas (véase http://indochinaenunmes.blogspot.com). En mayo Kike me comentó que si quería ir con gente de su clase a un viaje por Marruecos. Tampoco me contó mucho más porque poco más sabía. Le dije que sí y he de reconocer que durante un tiempo me olvidé del viaje. A la vuelta supe que ya no volvería a olvidarlo.



Kike me marca el camino a seguir en Marruecos, flow.


Marruecos no era uno de mis países favoritos, ahí al ladito, siempre mirando hacia arriba cuando mirando abajo y más cerca tenemos algo muy interesante. Un salto de agua de 12 kilómetros, y estamos en otro mundo. Tan lejos y tan cerca. Tan parecidos y tan diferentes. Un salto en el tiempo de 40 años, en algún pueblo remoto quizá más.



Magia.


Rápidamente tiré los prejuicios que sobrecargaban mi mochila. Sé que voy a volver y pronto. Marruecos es gente en la calle, es gente sola por los caminos, es gente sesteando, es la mirada furtiva tras el velo, es el sueño del fotógrafo, el paraíso del geólogo, el cielo y la tierra. Es el país que te recuerda la frase de que una imagen vale más que mil palabras.




Colores y olores.






Cae la noche en Marrakech el día que termina el Ramadán.





Ya sólo muestro amor, incluso a través de Internet. Va por ti, Kike.

lunes, 12 de octubre de 2009

Olimpiadas en Chicago II

Nunca he seguido un verdadero seguidor de Michael Jackson, lo flipo mil ahora con sus bailes y sus puestas en escena pero nunca me compré disco suyo ni le escuchaba “back in the days” en los primeros noventa, cuando siempre había algún imitador suyo en el colegio o en el barrio. Sin embargo, cuando me enteré de que era de donde venía pues rapidito fui a Internet a buscar la casa. En la Jackson Avenue con la 23rd, fácil de acordarse, la dirección relaciona a los dos Michael más famosos del mundo, Jackson y Jordan.




La calle de los mismos.




Senal de trafico junto a la casa del rey del pop.


Fue de lo primero que comenté a los españoles que vinieron a buscarme. Me dijeron que no habían ido, que no sabían dónde estaba y que Gary es muy peligroso.

Gary es una ciudad industrial, de negros y en estado de abandono total. Está en medio de lo que llaman el “Steel Yard”, es decir, donde se juntan todas las acerías de Estados Unidos. Son fábricas mastodónticas, por aquí están la “U.S. Steel Works”, la “Arcelor-Mittal”, la “Great Lakes Steel Industry”. Gary fue artificialmente fundada para dar cabida a los obreros de toda esta industria (justo ahora hay un cartel que celebra el centenario de la ciudad) y ahora muchas fábricas están cerrando. El resultado son los peores datos de paro y peligrosidad de Estados Unidos junto a Washington D.C. y Detroit. Por aquí la mala fama le precede, preguntes a quien preguntes.




Uno de los muchos locales abandonados a lo largo de Broadway Avenue, la calle principal de Gary, Indiana.


La vista que tengo a diario de Gary desde el puente no es la que tenía por un ghetto, y cuando algún día he comido allí o he ido a una ferretería no me han sacado ninguna pistola ni me han llamado “blanquito” pero con todo lo que se habla de la ciudad pues me daba que me iba a quedar sin ver la casa de Michael Jackson.




Una casa de Gary como tantas otras.



Así que cuando hoy al salir del curro un compañero ha dicho que si íbamos a ver la casa de Michael Jackson me ha parecido de puta madre. Está a unos diez minutos de la obra. Cuando me hablan de un barrio degradado me viene a la mente la Cañada Real o enormes bloques apelotonados de los 50 y los 60. Gary es una ciudad de pequeñas casas unifamiliares, chalets pequeños y de malos materiales pero con su jardín y su buen coche en la puerta. También es verdad que muchos de ellos están abandonados o quemados, no ves a nadie por las calles –aunque eso es típico aquí fuera de las grandes urbes, todo el mundo va en coche-, y para estar de acorde con el rollo peliculero pues los negros jóvenes te miran mal cuando pasas con el coche.




Ahi estoy como un pipiolo mas (el pelo lo llevo asi por el casco, amigos), justo por donde el pequeno Michael entraba a ensayar los pasos de baile, que si no el padre le calentaba pero bien.


Al llegar hemos visto una casa llena de productos en venta del artista de color cambiante. Nos hemos puesto a hacer fotos y el negro tocho que había nos ha dicho “No pictures here!!!”, nos hemos hecho caca encima, se ha reído y nos ha comentado que la casa del bueno de Michael no era ésa sino la de enfrente. En la casa no hay nada especial, ya han quitado las flores y las fotos. Queda el buzón y las señales junto a la casa llenos de firmas. El colega me ha estado contando cosas: toda la movida que se formó ahí cuando se murió, que la gente robaba el buzón y las farolas de la casa, que él vive algo más lejos pero que ha alquilado la casa de al lado para hacer negocio, que hace poco estuvo Spike Lee para rodar un documental, que él iba a salir en la película de Michael Jackson.




Aqui esta el tio que mercadea con el tiron del artista, me dijo que hacia bien en hacerme una foto con el, que salia en la peli de Michael Jackson y que iba a ser famoso.

Olimpiadas en Chicago I

Chicago: la ciudad del incendio; de Capone; de los mataderos; de Elliot Ness; de los periódicos; de los bloques de cemento como zapatos; de Jordan, Pippen y Kukoc –la conexión croata de Illinois decía el Montes-; de Obama. Realmente no estoy en Chicago, sino a 70 km. Dicen que aquí eso no es distancia, los que lo dicen deben de tener coche. Pues eso, que me hospedo en Chesterton y que curro en Gary –“The Steel Yard City” y “Michael Jackson’s childhood home” dicen unos carteles a la entrada-, ambos en Indiana, ni siquiera son las afueras de Chicago.

Ayer quería ir a Chicago, y como digo, sin coche propio, aquí no te lo ponen fácil. Buscando en Internet veo que hay una compañía de tren que va a Chicago, South Sore Lines, hay una parada cerca. Lo malo que los findes sólo hay tren cada dos horas, así que no está la cosa para perder un tren por lo que sea ya que además tarda una hora y media, sobre todo a la ida. Digo que la parada está cerca, a unos 3 km según el Google Earth, pero aunque quisiera ir andando no puedo, ¿por qué? Porque el hotel está en un centro comercial (un par de bancos, un McDonald’s, un Taco Bell, un Burger King, una farmacia, un Depot Home, el típico motel de las pelis donde van los senadores con chaperos y les pilla un fotógrafo y sale al día siguiente en una portada de un periódico que vende un niño con cara de pillo y gorra mientras grita “¡Extra, extra!”, etc) en medio de bosques y hasta la estación no hay aceras sino bosques y una autopista. Pues nada, pido un taxi para que esté en el hotel con antelación para que me deje en la estación.

Llego a la estación y hay un cartel que pone que la línea cierra el servicio por obras hasta Gary algunos fines de semana. Cojonudo. Esto que está en inglés y lo lees muchas veces para estar seguro. Sí, cierra algunos fines de semana por cambio de la catenaria, que la línea se reanuda en Gary y que hay un autobús que va hasta la estación de Gary que pasa 10 minutos antes de la hora del tren cancelado. El tiempo pasa y ese supuesto bus no viene. Veo que se me jode el día porque ya tengo que volver a pedir otro taxi para volver al hotel, hacer tiempo, ir en taxi a Gary, y todo esto para llegar a Chicago a la hora de comer. Pregunto a la poca gente que hay en la estación y no saben nada del autobús. Sigo leyendo el cartel como si sirviera para algo, como si de repente leyera que no es este el finde que se suspende la línea.

En estas llega una “pick-up” con cuatro cincuentonas, muy americanas ellas, y van corriendo gritándose entre ellas que pierden el tren. Cuando llegan les digo que no corran, que no hay tren. Y les empiezo a contar lo que he leído en el cartel. Se ponen a hablar entre ellas y por ahí en medio oigo “...Ok, we`ll go driving then...”. Y ahí se me enciende la luz. Me lo pienso pero pensar no ayuda y me digo “¡Ahora!, ¡ahora!” como se dice Zalacaín el aventurero para animarse cuando duda. Les digo que si me pueden llevar con ellas a Chicago, que les pago la gasolina.

Una –la desconfiada-dice rápidamente que no, que nunca han llevado a un desconocido en el coche. Otra –la líder- dice que bueno. Les explico un poco mi situación, que las entiendo, pero que quiero ir a Chicago como sea, que sólo tengo este día y no puedo ir de otra forma, que soy español, que me hospedo en tal y curro en cual. Una –la vacilona- me dice que si llevo pistola y se pone a reírse y a cachearme. El caso que hablando un poco más pues aceptan.

Rumbo a Chicago ellas cuatro y yo. La vacilona me dice que a ver si el que va a tener cuidado soy yo al ir con ellas. La líder se pone al volante, y va conduciendo bastante a tope. Voy de copiloto. Al principio hablo mucho, les cuento qué hago aquí y demás, les doy las gracias. Al rato ya estamos todos relajados. Me preguntan por España, hablamos de Chicago, de la peligrosidad de Gary, del típico “pues in my country...” que diría Jotto, nos reímos de que me hayan cogido. Llegando nos perdemos y se ponen a discutir entre ellas, cuando por fin estamos en el centro cuesta bastante encontrar aparcar, hace un rato que me han dicho que no voy a pagarlas la gasolina y cuando digo que al menos me dejen el parking me dicen que ni de coña, les digo que si al menos nos haremos una foto de recuerdo.

Deciden aparcar en los aparcamientos de un gran centro comercial que conocen en Michigan Avenue, the Magnificient Mile, la avenida de las grandes tiendas. Allí nos hacemos la foto, nos deseamos lo mejor, la desconfiada me dice que no haga eso de nuevo, que no toda la gente es buena, que “somebody may harm you” –ese lenguaje del miedo y la amenaza tan americano, como lo de “tengo un arma para defenderme, ¿qué voy a hacer si entra alguien en mi casa?”. Cuando dudo si darlas dos besos o la mano, vienen ellas y me abrazan. Una bonita despedida. Me quedo con este viaje en coche. Que en un país siempre hay gente para quitarte los prejuicios que tienes de ese país. Creía que lo había aprendido en Marruecos pero sigo sin aprenderlo del todo.



Ahi estamos, de izquierda a derecha: la lider (a la que gracias llegue a Chicago, la verdad) fue la primera que se presento y olvide su nombre, luego Terry la vacilona, luego Lane la que no hablo y por ultimo Tina la desconfiada. Grandes!!!