Otro día más en Berlín, y otro día en que las sábanas no entienden de salir a ver calles, lugares y gentes nuevas, las sábanas sólo quieren gente encima que les caliente, así que estábamos otro día más cerca de la tarde que de la madrugada en las calles de Berlín. Otro día más de cielo gris y bajo que hace que tengas que salir armado de besos, gorros y manos sin guantes en bolsillos ajenos. Otro día más en el que el tranvía ya se hace más familiar en su recto discurrir hacia Alexanderplatz por las grandes avenidas de corte comunista.
Nuestros destinos eran muchos para pocas horas pero por alguno había que empezar así que hicimos cola para entrar al Reichstag, ese centro de la política dedicado "al pueblo alemán".
Hasta en los países más ricos y civilizados sucede que allá donde hay algo gratis allá que va la gente en masa, pero la espera merece la pena por la serie de antiguas fotografías que cuentan la convulsa historia de este edificio inaugurado a finales del siglo XIX, por las vistas de la ciudad y por las dos espirales que suben y bajan sin cruzarse por la cara interna de la cúpula llena de espejos.
Aquí una de las fotos de la serie, en ella podemos ver un buen número de diputados nazis con sus ridículos uniformes y bigotes en sus sillones de diputados en el Reichstag, donde ya eran numerosos años de hacerse con el poder. Da que pensar...
Puede decirse que Berlín ha arriesgado al límite con la arquitectura, han puesto cosas descaradamente vanguardistas justo al lado de cosas antiguas pero creo que les ha salido bien la jugada. Un ejemplo es la cúpula de acero y espejos sobre el Reichstag.
Al salir seguimos paseando por Unter den Linden (ya no lo escribiré mal, tengo aquí delante una placa con el nombre de la avenida), por esta avenida siempre es agradable pasar tranquilamente una y otra vez. Por allí aguardan dos sencillos monumentos que no aparecerán como indispensables en las guías pero merecen un rato delante de ellos:
Madre con hijo soldado muerto. Me encanta la pequeña figura en un gran espacio vacío.
Aquí un niño le preguntaba a su madre qué eran esas librerías sin libros en el suelo, la madre le dijo que nada, sabiendo que era un homenaje a todos los libros que los nazis quemaron en esa plaza frente a la Biblioteca de la Universidad de Berlín.
Como el frío en Berlín se hacía insoportable decidimos viajar a Asia Menor, y por qué conformarse con ir ahora cuando podíamos regresar al pasado. Cruzamos la puerta del Pergamonmuseum y miré hacia otro lado cuando una lejana voz me pedía mi opinión sobre el expolio de Occidente a las viejas civilizaciones, y al mirar evasivamente hacia otro lado descubrí la majestuosidad del altar de Zeus, una grandiosidad inolvidable que arqueólogos alemanes habían llevado piedra a piedra hasta allí.
Las escaleras que suben hasta el Olimpo, para bajar y cruzar la puerta del mercado del Mileto que lleva hasta las puertas de Istar de la Babilonia de Nabuconodosor.
Al volver al siglo XXI alemán nos dimos cuenta de que, aparte de que era más frío, se había hecho el día, y es que todo el mundo sabe que las horas pasan mucho más rápido en el pasado que en el presente. Nos quedaban muchos lugares por tachar y uno de ellos era el histórico Checkpoint Charlie -uno de los cuatro puntos de acceso entre los dos Berlines divididos junto con el Alfa, el Bravo y el Delta-, y hacia allí que nos fuimos. El lugar está lleno de menciones y fotografías en memoria de los que intentaron o murieron en el intento de huir de la República Democrática Alemana comunista hacia el Berlín bajo control estadounidense, francés e inglés, el Berlín perteneciente a la República Federal Alemana, y es justo en ese momento cuando me pregunto sin sorna si hubo gente que quizá intento huir del Berlín capitalista hacia la República Democrática Alemana, si hubo gente que se las vió y se las deseó para cruzar el checkpoint Charlie desde el Berlín Oeste al Este, si hubo gente en el Berlín occidental que buscaba una vida mejor al otro lado del muro...
Al día siguiente, otro día más, llegó la agonía de la despedida. Tenía que decidir entre ir a visitar la mítica tienda de bicicletas Keirin, ver las piezas de admirados graffiteros en el East Side Gallery o ver a Nefertiti en el museo Egipcio. Al final el ángel de Nefertiti venció a los otros diablillos, que eran poco ante el magnetismo de la egipcia, si bien esos diablillos siguen pidiéndome que vuelva y tendré que hacerles caso.
Tras la hipnotizacíón del misterio egipcio pues había que irse por donde se vino. Y por volver al principio nos despedimos en la estación centra de Berlin, la Hauptbahnof; Adriana cogía allí su tren y yo mi bus al aeropuerto. Un gran cronista amigo mío dijo que se dice que no hay nada más triste que una estación de tren, y también dijo que se dice que todos llevamos una estación de tren dentro de nosotros, y no me quedaba más que darle la razón mientras Adriana sí se daba la vuelta para decirme adiós con la cara y con la mano, y allí la veía, pequeñita, yéndose hacia esa estación tan grande...qué pena tan grande, pensaba, flamenco, mientras sentía que ojalá volviera a sentir la tristeza de la despedida.
Las dos estaciones del roble
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Estoy seguro de que, en ocasiones, se nos olvida hasta que punto cambia la
naturaleza en cuestión de unos pocos meses. Si se sale al campo con
frecuencia...
Hace 2 años