Cada vez pasa más tiempo desde que voy al lugar del que escribo y cuando escribo del lugar al que voy. Hace ya mes y medio desde que volví de Bremen, y, una vez más, me asusta lo largo y corto que puede hacerse el paso del tiempo, me asusta cómo pueden convivir perfectamente dos sensaciones tan opuestas. No hace falta estar soñando para que el tiempo flote como un velero...
La estatuta de Rolando observa el paso de la gente y el tranvía en la plaza del mercado, la Marktplatz.
Cálida frialdad bremense, o fría calidez bremense, según se mire. El caso es que, en Bremen, te reciban fría o cálidamente, va a hacer un frío de cojones. En los cinco días de febrero en los que estuve hubo algún tipo de precipitación tanto por la mañana como por la tarde, fuera lluvia, nieve, agua-nieve, calabobos, chirimiri, aguachirri o incluso granizo. Esto hace que el turismo se haga más en los bares y cervecerías que en los lugares al aire libre, cosa que tampoco está mal. Insisto, uno va con la intención turista de verlo todo y pasadas dos horas a la intemperie se te quitan las ganas. Y bueno, a pesar del clima y a pesar de que las mañanas se nos hicieran largas en casa esta vez sí que vi esta ciudad hanseática.
La misma plaza de la anterior foto, pero con otra perspectiva. Adriana, baile mediante, nos señala la susodicha estatua de Rolando, con el Ayuntamiento de fondo. Dice la leyenda que la ciudad de Bremen permanecerá libre e independiente mientras la estatua se mantenga en pie, y, ojo y pestaña, el Ayuntamiento tiene una réplica guardada bajo tierra para sustituir rápidamente la caída.
Bremen tiene fama de gris, pero es una ciudad bonita, tan bonita como pueda serlo una histórica ciudad del Norte de Europa. Sin embargo, Bremen es esa ciudad bonita a la que nunca irías si no fuera porque tienes a alguien allí. Es lo mismo que Tampere, si bien Tampere ni siquiera es bonito (Mi brotha Jotto leerá ésto y se despollará porque con lo que la está gozando en Tampere como si Tampere es una mierda flotante en el Báltico).
Bucólica foto en el parque Am Wall, es un bonito parque con forma semicircular, ya que era la antigua muralla de la ciudad, con río y bosquecillo. Rodea más o menos el casco anitguo. Tiene un antiguo molino donde arriba puedes tomarte unas birracas.
Así pasaron los días, rápidos como sólo pasan cuando lo estás pasando bien. Pasaron entre risas, charlas atrasadas y adelantadas, despreocupaciones, cocina, paseos cortos y "tomaralgos" largos.
Aquí podemos ver el humor del que hace gala el pueblo alemán. Café & Bar Celona, sólo superado por el humor castizo alcalaíno del Bar Tolo del O'Donnell y el Bar Lovento, antiguo Akelarre.
En menos de un año, he estado tres veces en el país teutón. Una por trabajo y dos por amor. Así leído queda cursi, grandilocuente y hasta pretencioso, pero así ha sido. Quizás también hubiera amor en el trabajo y trabajo en el amor, cuando nunca debiera haber amor al trabajo ni demasiado trabajo en el amor. Juegos de palabras aparte, estas visitas hacen que pueda conocer algo por encima las costumbres del país.
Esta chula foto con reflejos en el suelo y el Dom al fondo -si la memoria de la cámara no me engaña- fue hecha un lunes a las 20:58. Es, si no me equivoco, de la calle Obernstrasse, una céntrica calle con tiendas. Como podéis ver, ni un alma, algo normal en Alemania, a partir de las 6 o las 7 de la tarde, poquita vida en la calle.
La verdad que para que quien esté acostumbrado al movimiento de la gente en la calle (aunque luego no hablemos con esa gente, como nos pasa aquí) pues es algo muy chocante, las calles en seguida se vacían. También suele apreciarse esa rectitud y parsimonia que se presupone a los alemanes, aunque cada vez creo menos en este tipo de prejuicios, la verdad. Pero también tienen cosas positivas.
Este verde en el Am Wall puede representar el color que impera en la sociedad alemana, muy preocupada por el medio ambiente, con grandes medidas ecológicas como un estricto ahorro de energía y un constante reciclaje.
Luego con lo seriotes que son, pues también tienen sus jartadas, estas cosas exageradas del Norte con el tema del bebercio:
Lo de la foto lo explica Adriana: "El paseo del carrito de alcohol se llama Kohlfarth. Se hace simplemente porque sí, como el que hace botellón o se va de cañas. ¿Qué se hace? Se queda por la mañana y se lleva un carrito lleno de bebida que hay que beberse durante los 10 km de trayecto que se hacen andando hasta un restaurante en el que se come "Grünkohl mit Pinkels", eso es col verde con unas salchichas que se llaman así, pinkels (ojo, no es una marca, sino un tipo de salchicha). El camino se puede hacer bien en la ciudad bien en el campo."
Aparte de esos excesos, la ciudad también tiene un barrio divertido, estilo Lavapiés o zona Centro de Madrid (donde hay tantas variopintas zonas...), que es el barrio de Viertel. En ese barrio viven los estudiantes, hay bares y kebabs, y parece que más ambiente que en otras zonas. Otra cosa que puedo decir a favor de esta ciudad es que llama la atención el gran número de librerías y tiendas de bicicletas, eso dice algo de la cultura, por no hablar ya de que tienen una emisora que cierto tiempo a la semana emite en latín (eso me dijo l'Adri, yo no hablo ni escucho latín, sólo rosa-rosae...)
Adri posando en una colorista casa de viertel.
Al final estoy escribiendo un poco a trompicones, es lo que tiene el canteo de haber empezado la crónica en la hora de la comida, y luego ir tirando en ratillos delante del ordenador, así no se puede...
Desde que he empezado hasta que he terminado, me han contado que probablemente haya que ir a Alemania, a... ¡desplazar verticalmente la fachada de un gran edificio antiguo! No me he enterado del lugar, pero ojalá pueda haber una "Cálida frialdad bremense III"...
Las dos estaciones del roble
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Estoy seguro de que, en ocasiones, se nos olvida hasta que punto cambia la
naturaleza en cuestión de unos pocos meses. Si se sale al campo con
frecuencia...
Hace 2 años